
Repasando el archivo fotográfico me di cuenta de que mis últimas fotografías de Cádiz son de diciembre de 2005. ¿Como es posible que hayan pasado ya once años desde la última vez que fuimos? ¡Había que volver ya!
Para ir a Cádiz lo mejor es el tren. Su moderna estación está en el mismo centro, con el mar a no más de kilómetro y medio en su punto más distante y como todavía no tienen AVE hay un magnífico servicio de Media Distancia con hasta cinco trenes por la mañana y otros tantos para volver por la tarde con precio más que razonable, unos 19 Euros ida y vuelta incluidos descuentos. ¡Ah! y no tienes que preocuparte de donde dejar el coche, que en Cádiz puede ser un verdadero problema.
Para no madrugar mucho tomamos el tren de las 9.45 y antes de las 11,30 estábamos allí.


Desde que pasamos por Puerto Real y comenzamos a rodear la bahía, una figura nueva para nosotros se recortaba en el horizonte entre la bruma de la mañana, el Puente de la Constitución de 1812, inaugurado el pasado año, cuya construcción ni siquiera había comenzado cuando estuvimos la última vez, así que lo primero que había que hacer era ir a verlo.

Para no cansarnos antes de empezar, en la misma salida de la estación, a la puerta de la Aduana, tomamos el bus de la línea 5 y bajando en la Avenida de las Cortes nos fuimos hasta el Parque Celestino Mutis, desde el que se tiene una magnífica panorámica de la zona de los astilleros, en cuyo dique estaban dando un buen «lavado de cara» a un crucero…

y del puente, que con sus 3.092 metros de longitud, 540 metros de luz máxima y 69 metros de altura hace que se vea empequeñecido y casi ridículo el viejo Puente León de Carranza, que tanto significó en su momento para los gaditanos.

Tras un paseo por la orilla de la bahía hasta la glorieta de acceso al puente, nos adentramos en la ciudad hasta la que durante mucho tiempo fue su principal vía de entrada y salida, la Avenida de Andalucía y por ella paseamos hasta la Puerta de Tierra, entrada al casco histórico y baluarte inexpugnable en los asedios a la ciudad que desde su construcción en el siglo XVI ha sufrido numerosas transformaciones, como la construcción en 1850 del torreón que fue utilizado como punto de la línea telegráfica óptica de Mathé y a mediados del siglo XX, cuando incluso se planteó su demolición, el relleno de parte del foso hoy reconvertido en pista polideportiva y la apertura de dos grandes arcos en la muralla para facilitar el acceso al centro de los gaditanos que se habían ido afincando en la zona extramuros.


Visitamos el interior de la torre para conocer su historia, dimos un paseo por la parte superior del baluarte y entrando por la puerta del Barrio de Santa María y siguiendo por sus callejuelas, nos dirigimos hacia la Plaza de San Juan de Dios, la del Ayuntamiento y desde allí por la calle Pelota, que tiene pelotas el nombre, hacia la Catedral, una de cuyas torres es un estupendo mirador, que ya habíamos utilizado anteriormente para contemplar la ciudad «a vista de dron» y comprender el por qué de la estrechez de sus calles, donde no hay sitio hay que apretarse.


En la plaza delantera, mesas sombreadas con parasoles y sobre ellas aperitivos y cervezas fresquitas nos hicieron caer en la cuenta de que eran más de la una y media y había que ir buscando un punto de avituallamiento, cosa que conseguimos poco más tarde en el entorno del Mercado Central y de la Plaza de las Flores, de nombre oficial Plaza Topete aunque en Cádiz cueste encontrar quien se acuerde del famoso marino.

Después de unos tres cuartos de hora de descanso para nuestros pies, unas cervezas para calmar la sed, una ensalada y fritura de pescado variado, ya estábamos de nuevo dispuestos a continuar nuestro paseo por la Avenida Campo del Sur, la del Duque de Nájera, la del Dr. Gómez Ulla… para que nos entendamos los que no somos de allí, por las calles que en una acera tienen el casco histórico y en la otra el mar.

Son varios los puntos interesantes para nosotros en este recorrido. El primero de ellos la playa de La Caleta, flanqueada por los castillos de San Sebastián y Santa Catalina que fue puerta entrada al canal que la unía al actual puerto por el que las naves fenicias, cartaginesas y romanas accedían a la Bahía de Cádiz y en tiempos más recientes escenario de varias películas. En su centro se conserva el antiguo balneario de Nuestra Señora de La Palma y el Real de Cádiz, edificio de los años veinte del siglo pasado que hoy alberga el Centro de Arqueología Subacuática.

Frente a la playa, al otro lado de la calle, unos centenarios y gigantescos ficus proporcionan una esplendida sombra. Hay cuatro ejemplares de este porte en Cádiz y según cuentan fueron plantas que traía una monja misionera que volvía de la India y enfermó durante la travesía muriendo en el antiguo Hospital de Mora. Alguien decidió entonces plantar dos de aquellas plantas frente al hospital y otras dos en la Alameda y allí siguen más de cien años después soportando vientos y duras condiciones para este tipo de árboles, tan crecidos que a uno de ellos ha habido que ayudarle al soportar el peso de una de sus gruesas ramas.

Algo más adelante, no mucho, pasado el Parador de Cádiz Atlántico, se encuentra el Parque Genovés diseñado a finales del XIX por el valenciano Eduardo Genovés, auténtico muestrario botánico con ejemplares como un Drago, seguramente no milenario como el de Icod de los Vinos en Tenerife, pero de semejante porte y una Ceiba, árbol también conocido como Palo Borracho, de rechoncho y espinoso tronco que acompañan y empequeñecen el templete de la música. A la izquierda de su paseo central flanqueado de cipreses, un pequeño lago con gruta, cascadas y hasta «dinosaurios» dispara la imaginación de los pequeños visitantes.

Siguiendo por esta ruta habríamos llegado hasta el puerto pero como en el interior también hay cosas interesantes que ver, desde la Alameda Apodaca, donde están los otros dos ficus gigantescos, optamos por entrar por la calle Buenos Aires en dirección a la Plaza de San Antonio buscando elementos arquitectónicos típicamente gaditanos y nada más entrar nos encontramos una antigua casona construida con «piedra ostionera», una roca sedimentaria muy porosa formada por piedras erosionadas por el mar y restos de conchas marinas que se observan perfectamente en su estructura, muy utilizada en las poblaciones de la bahía y hasta en la Catedral de Sevilla. Otro elemento típico utilizado en esta casa, en casi todas las de la calle y yo diría que casi en todas las de Cádiz, son los cierres de madera pintados de blanco en balcones y ventanas, que permiten observar el exterior sin estar sometidos a las inclemencias del tiempo, que de eso en Cádiz saben mucho.

En la misma calle, acera contraria y unas casas más adelante, un portal abierto de lo que parecía ser una casa de vecinos nos invitó a cumplir con nuestro lema, que no nos quede nada por ver, y al asomarnos al patio quedamos sorprendidos ante esta maravilla de cierres cubriendo el espacio interior.

Quizá la Plaza de San Antonio sea la mayor dentro del casco antiguo y en ella hay toda una gama de edificios con elementos típicos y entre ellos destaca otro muy común en Cádiz, las torres construidas para observar el movimiento de los barcos y avisar de su llegada a puerto, de las que en esta plaza hay al menos dos, a izquierda y derecha de la imagen y cuyo mejor ejemplo es la Torre Tavira.

Y desde allí por la Calle Ancha, que en Cádiz es todo un lujo y alguna que otra «normal», es decir, estrecha, llegamos a la recoleta y muy bien aprovechada Plaza de Candelaria, que con apenas 70 metros en su lado mayor y 30 metros en el menor, alberga una calle que la circunvala en la que incluso hay coches aparcados, un jardín con monumento a D. Emilio Castelar, que parece ser daba antes nombre a la plaza, varias figuras escultóricas repartidas por los parterres e incluso alguna fuente ornamental de bella factura.

Mientras descansábamos en uno de sus bancos reparamos en otros dos elementos que, aunque no son privativos de esta ciudad, llaman la atención por su cantidad. Uno es la colocación de cañones en las esquinas contra los roces de los vehículos, algo normal al girar en tan poco espacio pero que supongo sería más habitual en época de carros que ahora. Habida cuenta los conflictos bélicos en los que se ha visto involucrada Cádiz no es raro que hubiera superávit de cañones.

El otro elemento son las lápidas o simples mosaicos en las fachadas recordando que en esa casa nació, vivió o murió tal o cual persona. En una de esta plaza, por cierto con bellas rejas de forja en sus ventanas y balcones, hay una que literalmente dice:
«En la casa que estuvo en este solar vivió durante cuatro años el Libertador General Don Bernardo O’Higgins. La Embajada de Chile y el Instituto Hispano-Chileno de Cultura le rinden este homenaje en el II centenario de su nacimiento. Cádiz, 20 de agosto de 1978».
O sea, que esa lápida recuerda que en ese solar hubo una casa, en la que ni nació ni murió solo que vivió cuatro años, el personaje que consiguió independizar Chile del imperio español. ¡Tiene miga el asunto!

El sol comenzaba a caer y apenas nos quedaba ya tiempo para tomar un refresco y una última foto de recuerdo frente al Ayuntamiento, antes de volver a la estación para tomar el tren de las 18,40 que nos trajo a Sevilla, cansados pero contentos, dando así por concluido nuestro paseo gaditano.

*Esta excursión se realizó el 5 de octubre de 2016.