
Tenía yo trece años cuando mi abuelo, ferroviario en la línea Córdoba-Málaga, conoció a un guarda del Embalse Conde de Guadalhorce que le comentó que por allí crecía mucho “matagallo”, una planta que él tomaba en infusión. Mi abuelo le pidió que le recogiese una buena cantidad y le avisase para ir a por ella.
Cuando llegó el momento intenté ir con él, pero no me dejaron alegando que era muy peligroso pero la historia se repitió un año más tarde y compinchado con mi prima fuimos dos a pleitear y ambos conseguimos subirnos con el abuelo a las tres y media de la madrugada en el expreso de Algeciras, que nos dejó al amanecer en Bobadilla y donde cogimos otro tren hacia Málaga del que nos bajamos en Gobantes sobre las ocho de la mañana.

Desde aquel Gobantes que pocos años después desaparecería bajo las aguas de un nuevo pantano del que ya se hablaba, caminamos hasta el pantano cruzando el Guadalhorce por un ruinoso puentecillo colgante y después de agradecer al guarda la recogida y empaquetado de las hierbas en una voluminosa aunque poco pesada caja de latas de «La Lechera», reanudamos la marcha hacia el Caminito del Rey para llegar hasta El Chorro, donde sobre las dos y media subimos al ómnibus y cuatro horas más tarde estábamos en Córdoba, sanos y salvos para alivio de nuestros padres.

Al año siguiente volvimos mi abuelo y yo, esta vez acompañados por mi tío que portaba su máquina de fotos «para terminar un carrete que se iba a estropear porque lo tenía puesto desde no sabía cuando» y sin reservar alguna para el camino las gastamos «retratándonos» en el llamado «Sillón del Rey» antes de reemprender la marcha rápidamente para no perder el tren de regreso.
Todo fue bien hasta llegar al puente acueducto que ineludiblemente teníamos que cruzar, porque no había alternativa ni tiempo para buscarla, donde el viento nos obligó a pasarlo reptando y agarrándonos al borde con no poco riesgo, lo que convenció a mi abuelo de que había formas menos peligrosas de conseguir matagallo y ya no fue más pero yo siempre quise obtener aquellas imágenes que conservaba en mi memoria y en varias ocasiones volví para recorrer algunos tramos de aquel camino.
Ahora, más de cincuenta años después el abuelo soy yo, y la reconstrucción del Caminito del Rey me ha dado la oportunidad de volver a recorrerlo en su totalidad.

El martes y trece de septiembre de 2016, con pronóstico de intensas lluvias en pleno verano con records de calor, tras dos horas de viaje por la A-92 hasta La Roda de Andalucía y desde allí por Sierra de Yeguas y Campillos llegamos al Pantano de El Chorro, inaugurado por Alfonso XIII el 21 de mayo de 1921 firmando el acta de terminación en el citado «Sillón del Rey».
En 1953 fue renombrado como Embalse del Conde de Guadalhorce, en recuerdo de su artífice, Rafael Benjumea distinguido por esta obra con dicho título nobiliario, cuyo proyecto inicial consistía en una presa de 35 metros de altura sobre el río Turón situada frente a la conocida como Casa del Conde o Casa del Ingeniero, pero que fue modificado por Rafael Benjumea trasladándola unos cientos de metros aguas abajo y elevando su altura hasta los 50 metros, aumentando notablemente su capacidad.

Contra lo que hoy es habitual en este tipo de obras, como puede verse en sus ramplonas y modernas presas vecinas del Guadalteba y Guadalhorce…

en su construcción se cuidó mucho el aspecto estético, cubriéndola con mampostería de grandes piedras de color rojizo que le dieron un bello aspecto que aumentó cuando en 1947, para compensar el aterramiento que había disminuido su capacidad, se realizó un recrecido de 3,5 metros añadiendo una balaustrada rematada por arcos de medio punto apoyada sobre los arcos de herradura que hasta entonces habían constituido la coronación.

Desde allí hay dos alternativas para llegar hasta la caseta de control de acceso al Caminito del Rey, la más corta es atravesar la montaña por un túnel peatonal de casi 200 metros cuya boca se abre en la margen izquierda de la carretera unos cientos de metros más adelante de la presa y seguir una pista forestal. La otra, bordear la montaña por un sendero de unos 2,7 km. que desciende desde el «Sillón del Rey» a través de un esplendido pinar.

Como siempre habíamos utilizado el camino del túnel, en esta ocasión optamos por el sendero largo para recrearnos con las magníficas vistas del pequeño embalse del Gaitanejo, cuya cola alcanza el pie de la presa que hemos dejado atrás, hasta el punto de que obligó a construir un nuevo desagüe de fondo por quedar sumergido el original.

Talladas por la erosión, las paredes de arenisca presentan composiciones paisajísticas tan espectaculares como el llamado «Arco gótico», que contemplamos reflejado en las tranquilas aguas el río mientras hacíamos un alto en un área de recreo situada en la margen opuesta…

…o los «taffoni» y alveolos que también eran visibles desde el mismo sitio, unas cavidades redondeadas de dimensiones que oscilan entre unos centímetros y varios metros de diámetro y profundidad, formadas por el impacto continuo de los granos de arena transportados por el viento.

Pasado el control de acceso, dotados de cascos e integrados en el grupo de las 11 horas aunque nuestras entradas eran para las 11.30, llegamos a la Presa de El Gaitanejo, construida en 1924 para controlar las avenidas de los ríos Guadalteba y Guadalhorce que arrastraban rocas, troncos y ramas de arboles que en ocasiones llegaron a taponar la entrada al desfiladero alcanzando el agua grandes alturas, de las que dan fe varias lápidas colocadas sobre las paredes rocosas.

Esta pequeña presa de apenas 20 metros de altura marcó un hito, tanto por su vertedero sobre propia presa como por incluir en su interior la central eléctrica, que tuve la suerte de ver aún en funcionamiento en mi segundo viaje, desde la que se podía ver a través de una cristalera montada sobre una estructura de hormigón como caía el agua en cascada cuando el nivel la rebasaba. Actualmente se utiliza como presa de derivación para la central de Nuevo Chorro.

Unos doscientos metros aguas abajo, en la embocadura del desfiladero, una pequeña represa hoy destruida derivaba el agua hacia el canal que abastecía la primitiva central de El Salto de El Chorro, cuyo camino de servicio pasó a llamarse Caminito del Rey cuando Alfonso XIII lo utilizó en 1921.

Esta obra de ingeniería construida por José Eugenio Ribera en 1904, contratando marineros habituados a subir a los mástiles de los veleros para los puntos más complicados, se interna en el angosto desfiladero que en algunos puntos no sobrepasa los cinco metros de anchura y cuyo fondo está plagado de rocas desprendidas de sus alturas, entre las que se veía correr formando pequeñas cascadas el escaso caudal liberado por la presa. Imaginamos que sería aterrador transitar por allí en momentos de grandes crecidas.

Pasado el tramo más estrecho del desfiladero, el camino desciende hasta el nivel del antiguo canal.

Esta parte la recorrí varias veces en los años noventa, hasta que en 1998 su ruinoso estado lo volvió realmente peligroso y me prometí no hacerlo más. Cuatro accidentes mortales en los dos años siguientes obligaron a la demolición de los accesos para impedir el paso y evitar nuevas desgracias.

Ahora la seguridad es total, nada tiene que ver con el estado en que se encontraba en aquellos tiempos.

Poco más adelante ya se ve en la margen opuesta la línea Córdoba-Málaga, sin duda una obra de titanes si tenemos en cuenta los medios con los que se acometió su construcción allá por 1860.

A pesar de llevar décadas en desuso el viejo canal aún contiene agua en alguno de sus tramos, seguramente procedente de filtraciones o algún manantial y en ella pululan sorprendentemente gran cantidad de pececillos que ignoramos como han podido llegar hasta allí, aislado como está del propio rio.

Una pasarela, ahora con el acceso impedido, salvaba el profundo barranco permitiendo el paso desde o hacia la vía del ferrocarril, porque no sabemos si era más peligroso llegar hasta aquí por la vía o por el Caminito del Rey.

Poco más adelante termina el desfiladero de El Gaitanejo y la primera parte del recorrido por pasarela colgante…

y la vista deja de trabajar en vertical y se expande en horizontal, recreándose en la contemplación del llamado Valle del Hoyo por cuyo fondo corre el Guadalhorce…

y a media altura por la margen derecha serpentea el camino siguiendo el canal que le dió origen…

que en algunos puntos, derruidas parcialmente sus paredes, se ha convertido en parte del propio sendero.

Por la ladera opuesta, a la misma altura y empequeñecido ante la magnitud de la impresionante sierra, discurre el viejo ferrocarril, propiciado como el Pantano del Chorro por las familias Loring y Heredia y ahora escaso de tráfico tras la construcción del AVE.

Las ruinas de una casa sorprenden en este cerrado y aislado valle y uno de los guias del grupo aseguró que hasta los años setenta, posiblemente hasta que el deterioro del Caminito del Rey lo hizo imposible, vivió aquí una familia de nueve hijos que con frio, calor, viento o lluvia, lo recorrían desde o hasta El Chorro.

Recorrido el kilómetro y medio que aproximadamente tiene el Valle del Hoyo, el río se abre paso entre las Sierras de La Pizarra y la Sierra de Huma por una estrecha abertura de apenas 30 metros de anchura entre paredes que alcanzan más de 300 metros de altura y nuevamente el camino se convierte en pasarela, sobre la que crece una sabina de tronco retorcido, dicen que centenaria, a escasos metros de donde una pequeña placa al parecer escrita en alemán recuerda a alguien que perdió la vida allí mientras disfrutaba.

Aquí la nueva pasarela se construyó sobre la primitiva lo que permite la comparación entre ambas y discurre a más de 100 metros sobre el fondo, que se puede contemplar sin sentir vértigo ni sensación de inseguridad, al menos en nuestro caso.

Esta es sin duda la zona más impresionante del Caminito del Rey, porque es donde se puede admirar a placer, no como desde el tren en el que la visión dura apenas un par de segundos, la belleza de una naturaleza que ha plegado las capas sedimentarias hasta colocarlas en posición totalmente vertical…

y el tesón del hombre por dominarla.

Llegados a este punto, no puedo evitar recordar que en 1982 mi hermano y yo, hartos de fotografiar el Caminito del Rey desde el tren, organizamos una excursión para fotografiar el tren desde el Caminito del Rey y como mejor enclave escogimos la pequeña plataforma existente junto al estribo derecho del puente, a la que intentamos llegar desde el extremo sur, pero el viento y el mal estado de la barandilla me trajeron recuerdos del riesgo corrido antaño y no nos atrevimos a pasar.

Como no estábamos dispuestos a renunciar, optamos por subir por la vía casi un kilómetro y aprovechando la canalización de un torrente descendimos hasta el río, buscamos un lugar para vadearlo y subiendo por la margen derecha seguimos el canal hasta donde comenzaba la pasarela, en parte ya reducida a los carriles que le servían de soporte, por lo que la única posibilidad de llegar hasta el puente era a través del túnel del canal que las filtraciones habían convertido en un lodazal, pero no íbamos a renunciar por un poco de barro.

Finalizada la sesión fotográfica que sin duda mereció la pena, la tentación de cruzar el puente era muy fuerte, eran sólo unos metros contra casi dos kilómetros con grandes pendientes y un nuevo cruce del río, pero la sensatez se impuso y volvimos desandando el camino de ida.

El puente acueducto por el que camino y canal atraviesan de una sierra a otra constituyó el punto de más difícil construcción de toda la obra, porque el trazado en curva del túnel en ambos extremos impedía el lanzamiento de una viga recta, como se hacía en los puentes del ferrocarril. Su construcción se realizó tal como describe el propio José Eugenio Ribera:
«Establecí primero un cable de una a otra ladera y de este cable colgué una ligera armadura compuesta de viguetas de doble “T”, previamente encorvadas en arco de círculo rebajado al 1 por 10, cuyos extremos empotré con hormigón en cajas previamente abiertas en la peña. Con el mismo cable fui montando sucesivamente otras viguetas paralelas a la primara y con maderos colgados también del cable arriostré estas viguetas entre sí por medio de pasadores. De esta manera conseguí obtener una serie de arcos metálicos que formaban el alma férrea de mi bóveda. Las había calculado para que por sí solas resistieran el peso de la bóveda de hormigón, y para moldear ésta suspendí de las viguetas un simple tablero de madera. En veinticuatro horas ejecutamos dicha bóveda, que dejé endurecer lo suficiente para resistir el resto del acueducto. Sobre la bóveda construí unos tabiques; sobre estos un tablero; sobre este último las paredes del cajero. Y he aquí cómo por medio del hormigón armado puede construirse un acueducto de 35 m de luz, sin cimbra, y en un plazo de dos meses.”

Ahora se ha optado por no utilizar el viejo acueducto por el que discurre una tubería de gran diámetro que alimenta la central de Nuevo Chorro con el agua derivada desde la presa del Gaitanejo y en paralelo se ha construido una pasarela rígida con piso de rejilla metálica sustentada con cables por la que da gusto pasar, viendo el Guadalhorce a más de cien metros bajo tus pies y recordando que cincuenta años atrás tuvimos que arrastrarnos para que no nos llevara el viento.

Cruzado el puente, la pasarela inicia un descenso y bordea la montaña buscando finalizar al mismo nivel de la vía férrea.

El camino original terminaba, o empezaba, justo entre el puente metálico del ferrocarril y la boca del túnel contiguo, lo que obligaba a transitar algunos metros por la vía con el consiguiente riesgo.

Para evitarlo la nueva pasarela se ha construido elevando el tramo final para salvar por arriba el trazado ferroviario y alargándola hasta una pequeña explanación realizada en la montaña al otro lado de la vía, donde se ha instalado la caseta de control.

Pasada la caseta el sendero asciende proporcionando una buena vista del final del Caminito y la inmensa pared vertical, muy utilizada para practicar alpinismo.

Y con un rápido descenso alcanza el nivel del embalse del Tajo de la Encantada, cuya central reversible bombea agua al embalse superior cuando hay excedente de producción eléctrica y genera energía dejándola caer nuevamente en momentos de necesidad.

Tras descansar brevemente, tomar una cerveza y comernos los bocadillos en la estación de El Chorro…

rebautizada ahora como «El Chorro – Caminito del Rey»,

tomamos el autobús lanzadera hasta el Embalse del Conde de Guadalhorce, donde iniciamos nuestro paseo y dejamos el coche, al que llegamos justamente cuando caían las primeras gotas de la intensa lluvia anunciada que realmente no arreció hasta una hora más tarde, cuando ya circulábamos por la A-92 al paso por Estepa.
Aunque no forme parte de la ruta del Caminito del Rey, si el horario y el tiempo lo permite, que no fue nuestro caso, es una pena venirse sin subir a las Mesas de Villaverde.
Por el camino de vuelta, poco después de pasar la Ermita de Nuestra Señora de Villaverde, parte una carretera de unos cinco kilómetros que sube hasta el Mirador del Tajo de la Encantada, donde se ubica el embalse superior del antes citado complejo hidroeléctrico y se disfruta de una magnífica vista panorámica de la serranía y la barriada de El Chorro, el Guadalhorce y su embalse 400 metros más abajo.

y en la que aproximadamente sobre el kilómetro cuatro, una senda de unos 300 metros lleva al yacimiento arqueológico de Bobastro, la ciudad construida a principios del siglo X por Omar ibn Hafsún desde la que luchó contra el emirato cordobés, con sus restos de la iglesia mozárabe de planta basilical y arcos de herradura.
