
A mediados de los ochenta, circulando desde San Nicolás del Puerto a Constantina a través de las dehesas que cubren esa zona de la Sierra Norte de Sevilla, por un instante me pareció ver a través de un claro en la vegetación un paisaje que no se correspondía en absoluto con el resto del entorno.

No tardé mucho en volver para indagar y descubrí lo que desde entonces ha sido uno de mis parajes favoritos, un macizo calizo de apenas cinco kilómetros cuadrados que la erosión natural y la explotación minera, empezada por los romanos y culminada por la escocesa «William Baird Mining Company Limited» a finales de los setenta ha convertido en un «karst» de indescriptible belleza.

Su origen geológico se remonta a cientos de millones de años, cuando grandes movimientos tectónicos levantaron la capa de sedimentos acumulados en el fondo de los mares que cubrían esta zona y formaron lo que hoy conocemos como Sierra Morena. A partir de entonces la erosión comenzó su trabajo. El agua fue esculpiendo desfiladeros y formas caprichosas en la superficie mientras internamente disolvía la roca creando grandes cavernas que acababan desplomándose y modificando el relieve exterior. El hierro disuelto en aquellas aguas se fue depositando como oligisto y su descomposición posterior al contacto con el aire generó toda una variedad de minerales de hierro y el material calizo también disuelto volvía a depositarse en algunos sitios formando «cascadas de cuarcita».


En numerosas ocasiones he visitado estos lugares cuya belleza es desconocida incluso por gran parte de sevillanos, perdiéndome por sus laberínticos y ocultos pasadizos, asomándome al borde de sus grandes barrancos, recorriendo los túneles excavados durante la explotación minera…



y recreándome en la contemplación de sus figuras pétreas que, según la imaginación de cada uno, pueden ir desde una señora con un niño en sus brazos hasta un animal prehistórico.



Se accede desde la carretera que une las localidades citadas de Constantina y San Nicolás por la estrecha carreterita que lleva hasta el poblado y a un aparcamiento que ya resulta insuficiente en fechas de gran movimiento turístico como son los puentes…


situado al pie de una colina en la que se ubican las conocidas como «Casas de los Ingleses» que fueron vivienda de los directivos de la compañía, ahora en ruinas a excepción de una rehabilitada como Centro de Recepción de Visitantes.

Hace años se crearon unos recorridos señalizados para que los visitantes pudieran hacerse una idea de lo que es Cerro del Hierro sin correr excesivos riesgos, pero no siempre están abiertos al público.


Yo, que llevo cuarenta años paseando por allí, asumiendo cierto riesgo tengo un par de itinerarios propios que bordean el macizo por el norte y por el sur, por la izquierda o por la derecha. para acceder al interior justamente por parte opuesta al aparcamiento. El de la izquierda se inicia en el antiguo poblado minero que quedó casi abandonado tras el cierre de la mina, pero ha cobrado vida de nuevo con la restauración de muchas casas.

El camino parte de la esquina opuesta a la entrada del pueblo, asciende bordeando algunos socavones y unos seiscientos metros más adelante se bifurca, siendo el correcto el que se desvía hacia a la derecha…

que atraviesa primero lo que fue un auténtico bosque de robles, encinas, alcornoques y matorral hasta finales del siglo XX y principios del XXI, cuando la plaga conocida como «la seca» se propagó por la Sierra Norte y acabó en pocos años con la mayor parte de esas especies, dejando una visión apocalíptica de lo que puede ser el futuro con el cambio climático.


A continuación discurre por una pequeño prado, muy verde en primavera, en el que varias encinas de gran porte, quizá centenarias, también sucumbieron y desde allí el propio camino y las cercas de las fincas nos encaminan al punto de confluencia con el sendero alternativo de la derecha. En cualquier caso es difícil perderse teniendo en cuenta que el objetivo es rodear la montaña.


El itinerario de la derecha parte del propio aparcamiento y es «mas ferroviario» porque discurre durante un kilómetro por el tramo final de la Vía Verde de la Sierra Norte, construida sobre el trazado del viejo ferrocarril que transportaba el mineral hasta el puerto de Sevilla.

Aún pueden verse las ruinas de lo que fue la estación, el cargadero o las viviendas de los ferroviarios y al final el foso de la placa giratoria que permitía dar la vuelta a las locomotoras y el acceso a un cocherón de dos vías.




Dejando atrás la vía verde, el camino continúa bordeando el sur de la explotación, que fue utilizado como escombrera y a unos quinientos metros por el lado izquierdo arranca una vereda que asciende internándose en lo que igualmente fue un bosque precioso cada vez más espeso, que alcanzaba su mayor esplendor cuando la senda volvía a descender hasta un punto en el que confluyen cuatro caminos, uno de ellos el descrito anteriormente, en cuyo punto estaba flanqueada a modo de «columnas de Hércules» por dos gigantescas encinas que ya también son historia.

En este cruce tomamos el camino que asciende hacia la montaña, en el que poco más adelante nos encontramos con una cancela que siempre ha estado abierta, porque es inútil ponerle puertas al campo y un cartel prohibiendo el paso que, absortos en la contemplación del paisaje, nunca hemos visto y nos vamos internando en el karst propiamente dicho, pasando rápidamente del verde paisaje vegetal a otro en el que predominan el gris de las formas calizas esculpidas por la erosión durante millones de años y el rojo de los barrancos producidos por el hombre en solo unas décadas.


Cuando ya se otean las primeras casas del pueblo y el camino comienza a descender hacia ellas, una pedregosa senda con cadena que asciende a la izquierda nos permite llegar hasta una vereda, ya casi perdida entre la maleza, que nos introduce en el corazón de la montaña.


Aquí comienza lo más peligroso de nuestro paseo, por la existencia de agujeros a veces casi ocultos entre el matorral y paredes muy propicias a desprendimientos de los que hay sobradas muestras…


pero siempre he considerado que, bajo tu propia responsabilidad y con todas las precauciones posibles, merece la pena correr el riesgo por la belleza de esta parte del recorrido, por el que podemos llegar a una plataforma superior desde donde se disfruta de una magnífica vista del «circo» interior del macizo.

Retrocediendo un centenar de metros, entramos por un estrecho y corto desfiladero entre dos grandes rocas que siempre estuvo semioculto por la maleza, pero nunca como la última vez, que ni siquiera hubiera sospechado su existencia de no haber tenido conocimiento previo de su ubicación precisa.

Poco más adelante las rocas se abren algo y dan lugar a una zona en la que, posiblemente por el mayor aporte de luz, la vegetación es más propia de la selva amazónica que de la adehesada sierra sevillana y a la que siguen una serie de umbríos pasillos de altas paredes…


por los que finalmente, descendiendo una corta pero empinada cuesta, llegamos hasta la parte media del sendero señalizado que tomado hacia la derecha nos llevará hasta el aparcamiento.

A mi me gusta recorrerlo en sentido inverso, hacia la izquierda, para llegar a la parte central del complejo minero que ya hemos visto anteriormente desde el nivel superior y contemplar allí los altos picos originales y los profundos barrancos generados por la explotación a cielo abierto.


Salimos de esa zona central a través de una gran oquedad practicada en una roca cuyo estado de descomposición, especialmente en el lado derecho, es preocupante por la posibilidad de derrumbe o caída de alguna piedra, por lo que se ha prohibido el acceso a aquella parte mediante un cartel colocado más adelante, que descubrimos tarde los que optamos por hacer el recorrido al revés, aunque es cierto que hay que ser muy inconsciente para no darse cuenta del peligro sin necesidad de avisos.

Rebasada rápidamente esa zona peligrosa, volvemos la vista atrás y descubrimos como desde la parte superior, la roca nos contempla con cara de no estar muy contenta por el riesgo corrido, pero había que salir de allí y no era cosa de desandar lo andado.

Solo unos metros más adelante, a la izquierda del camino y tras unos matorrales que parecen sembrados a propósito con la intención de ocultarlos, hay una sucesión de pequeños túneles mineros cuya longitud no hace necesario el uso de linternas pero, especialmente en el más largo, si hay que tener la precaución de ir con la cabeza un poco gacha para no darse con alguna de las irregularidades del techo.


Entre túnel y túnel hay unas «terrazas» desde las que se tienen unas vistas privilegiadas del entorno…

y las paredes verticales pero no muy altas de la última de ellas es uno de los dos puntos utilizados por los aficionados a la escalada para iniciarse en este deporte.

Volviendo atrás por los mismos túneles y ya casi en la parte final del recorrido nos acercamos hasta el lugar en el que descubrí las preciosas «cascadas de cuarcita», muy próximas al sendero pero ocultas a la vista tras un pequeño promontorio, lo que no ha evitado que cada vez están en peores condiciones por culpa de los ignorantes que las machacan en un vano intento por obtener un trozo compacto, cuando es una roca que se exfolia en pequeñas laminillas.

El disgusto provocado por el vandalismo constatado en ese lugar se compensa en parte con la contemplación del paisaje visible desde esa pequeña altura.

Finalmente salimos del karts por el lugar habitual de entrada, donde el camino discurre sobre el lomo superior de una estrecha pared, apenas un par de metros en algún punto, que separa dos grandes excavaciones y fue taladrada en su base para permitir el paso de camiones en el periodo final de la explotación, lo que con el paso del tiempo derivó en una enorme grieta que amenazaba con el desplome total y obligó a cerrar esta vía hasta la colocación de una pasarela metálica sobre esta zona en riesgo.

Sin duda la creación de este sendero turístico y su publicidad ha dado vida al pueblo, pero el Cerro del Hierro ha perdido el encanto de su soledad y silencio, especialmente los fines de semana, cuando se llena de gente nada interesada en conocer sus particularidades geológicas e historia y que no tiene ningún reparo en ir esparciendo basura por todo el entorno. Algunos, tan no saben a donde van, que se pueden ver señores trajeados y señoras con bolso y tacones.

A pesar de ello yo seguiré yendo y paseando por el Cerro del Hierro, mientras me sea físicamente posible y los carteles no se conviertan en alambradas, pero no en fin de semana o fiesta de guardar.
Esta imagen fue obtenida en 2007 de un panel informativo situado en el antiguo cargadero, antes de que fuera vandalizado.

NOTA: Lo aquí se describe corresponde a la última excursión realizada antes de la Pandemia de Covid-19, por lo que la situación actual podría variar.
Las imágenes fueron obtenidas en distintas excursiones a lo largo de varias décadas, aunque seguían siendo válidas en esa última excursión.